Mi papá, la música y yo.
La música ha sido parte de mi vida desde que tengo memoria. Para ser clara: escuchar música, no crearla. Tuve un intento fugaz de aprender piano cuando era chica, y definitivamente nunca canté ni compuse. Pero escuchar... eso siempre fue lo mío. Y ese amor lo heredé de mi papá.
Él era un fanático de la música. En serio. No tengo idea de dónde sacó esa pasión—mis abuelos no eran particularmente melómanos, salvo por la afición de mi abuela por la música clásica. Pero mi papá estaba completamente entregado.
Ponía discos o casetes en el living y nos poníamos a escuchar con todo. Yo era fanática de los California Raisins—ufff. También de Bob Marley. Y, créanlo o no, logró que su hija de seis años (yo) se enganchara con Miles Davis. Me hacía volar el corazón… aunque, si soy honesta, era pura ignorancia. No tenía idea de lo que escuchaban los niños de mi edad. Vivía en una burbuja musical distinta.
A eso de los siete años, mi papá me regaló una radio con CD (!!!) y tres discos:
Aretha Franklin – I Never Loved a Man the Way I Love You
Marvin Gaye – Greatest Hits
Otis Redding – Greatest Hits
No es broma. Hasta el día de hoy, mi canción favorita de Aretha es Soul Serenade (anda a escucharla ahora mismo). Y si pongo el álbum completo, sé exactamente qué tema viene después. Así de grabado lo tengo. En esa época uno tenía un CD y lo escuchaba en loop. Así nomás.
Con el tiempo logré convencer a mi papá de comprarme discos más de mi época—Mariah Carey y Wilson Phillips. Sí, lo sé… vergonzoso. Por suerte, me fui de Canadá justo antes de que explotaran los Backstreet Boys y toda esa ola de boy bands. Me imagino que llegaron a Sudamérica, pero mi papá logró mantenerme al margen. Eso sí, me compró el primer disco de Shakira, y me dejaba escucharlo a todo volumen en su camioneta mientras íbamos a hacer off-roading.
Sí, off-roading. Es una historia para otro día, pero en resumen: mi papá quería que supiera manejar en cualquier condición—lluvia, nieve, barro... incluso me hizo cruzar un puente que se había derrumbado y solo quedaban dos vigas (se bajó de la camioneta y me guió). Todo esto antes de tener licencia. Viéndolo ahora, creo que era parte de su plan secreto para hacer de mí una mujer capaz de enfrentar cualquier situación. No lo sabré nunca, pero suena a él.
Tengo miles de recuerdos musicales con mi papá. Manejando hacia Tofino en su vieja Ford roja con Jeff Beck a todo volumen (sí, música eléctrica ochentera). Volver tarde a casa y encontrarlo leyendo sobre física, historia de América Latina o astronomía, con Bob Dylan tronando en el fondo. Asomarme por las escaleras a las fiestas legendarias de mis papás, viendo cómo todos bailaban hasta tarde. Mi primer concierto: Leonard Cohen, a los 8 años. Las Nocturnas de Chopin en noches de tormenta. Toots and the Maytals, solo por diversión. Jimmy Cliff, mi segundo concierto con él. Y la lista sigue…
Hoy en día la música sigue sonando fuerte en casa. Mi hombre también está muy metido en la música—la produce y es DJ (es increíble; acá va mi set low tempo favorito de él). Él se enfoca en lo electrónico, pero yo quiero que nuestro hijo escuche de todo. Que entienda lo que la música puede transmitir.
Creo que la música es sanadora, energizante. Que llena los espacios con algo indefinible. Mágia. Y de verdad pienso que la próxima gran frontera en salud y bienestar será la frecuencia. Quiero que para él eso sea natural.
Escribí este post después de volver a ver dos videos musicales que me encantan, ambos producidos por Blogothèque:
Lianne La Havas - No Room for Doubt
Lola Marsh - You’re Mine (Primera canción)
¿Cuándo fue la última vez que viste un video musical? Bueno, prepárate para un buen momento.
(Pequeño detalle: la versión de Lianne La Havas en Spotify es excelente—es un dúo. Pero la de Lola Marsh en Spotify no tiene la misma fuerza que la versión en vivo. Te recomiendo ver la de Blogothèque).
¡Disfruta!