Mi hijo de 4 años no sabe quién es el Viejito Pascuero.

La verdad es que simplemente no ha surgido.

Con la Semana Santa ya cerca y varias invitaciones llegando, he estado pensando en cómo abordaremos el tema del Conejito de Pascua… que tampoco ha salido en conversación aún.

Un poco de contexto: crecí en una casa muy poco convencional. Mis padres venían de lados opuestos del planeta, y ahora que lo pienso, en realidad no tengo idea de cómo celebraban la Navidad o la Pascua cuando eran niños. Nunca se me ocurrió preguntarles.

De niña, en nuestro pequeño pueblo costero, solíamos pasar la Navidad en una cabaña de un amigo querido, sin electricidad —solo accesible por bote—escondida en un brazo del mar en Clayoquot Sound. No había luz y, hasta donde recuerdo, tampoco había árbol de Navidad… aunque puede que esté equivocada. Lo que sí recuerdo son noches acogedoras (y a menudo tormentosas) con nuestro querido amigo, y a veces con otras pocas personas. El día de Navidad, a veces veíamos a algunos otros niños. No recuerdo que los regalos fueran importantes—para mi desilusión. Todos los demás niños parecían recibir muchísimos. (Fue mi primer verdadero encuentro con la envidia).

Más tarde, después de mudarnos a Sudamérica, mis padres comenzaron a organizar cenas de Nochebuena para amigos sin familia cercana. Las llamábamos “Navidades de los Huérfanitos”, y eran tan poco tradicionales como uno se puede imaginar. Mi mamá creaba su propia versión de un árbol de Navidad—una instalación artística que cambiaba cada año. Rara vez parecía un árbol, pero siempre era preciosa. Pasábamos el día cocinando, decorando la casa con el estilo único de mi madre—hermoso, ecléctico y nada navideño—y luego nos vestíamos con nuestras mejores para la cena. Con los años, recibimos a amigos de todas partes del mundo en nuestra casa, y muchos de ellos todavía hablan de esas Navidades.

Un año servimos pescado mientras unos amigos canadienses pasaban por la casa en un viaje por sur américa. Les sorprendió el menú, pero les dije que no se sorprendieran tanto—la cena era solo el comienzo. Venían por un par de días y terminaron quedándose tres semanas. Así que sí, les gustó.

¿Semana Santa? Siempre en la playa. Había muchísimos niños, una gran búsqueda de huevitos y una fogata. Cuando ya nos habíamos mudado a Sudamérica, yo ya había superado la etapa de las búsquedas de huevos. No recuerdo haber celebrado la Pascua nunca más.

La crianza de mi pareja fue diferente, pero también fuera del molde tradicional Canadiense. Creció en una familia turca tradicional en Canadá, donde no se celebraban las fiestas cristianas. Recuerda volver de las vacaciones de invierno, escuchar a los demás niños hablar de todos los regalos que recibieron—se sentía triste. Su mamá me contó que les daba un “regalo de Año Nuevo”. Según ella tenían un árbol y comían pavo, pero no estaba asociado a la Navidad.

Así que no tenemos tradiciones familiares en las que apoyarnos—lo que significa que ahora podemos crear las nuestras.

Cuando nuestro hijo cumplió un año, empezamos—bueno, empecé yo—a pensar en cómo queríamos hacerlo. (Para ser justa, a mi pareja no le importa mucho todo esto. Honestamente, no tengo idea de cómo lo habría manejado si no estuviera criando conmigo. Pero está dispuesto a sumarse).

Fue entonces cuando empecé a notar cuán omnipresente es la Navidad. La música, todo lo del Viejito Pascuero, los comerciales, el “Feliz Navidad” por todas partes. Cuando era chica, nunca lo cuestioné. Pero ahora me pregunto: ¿cómo se sentirán los qe no la celebran? Un año incluso me molestó que alguien me deseara “Feliz Navidad”. Admito que lo llevé demasiado lejos.

Luego empecé a cuestionar qué significa enseñarle a mi hijo a celebrar una festividad religiosa en la que yo no participo conscientemente. Seguí explorando, haciendo preguntas, y recurrí a mis amigas escandinavas—porque seamos honestos, hacen que todo, desde la crianza hasta los cementerios, parezca ‘cool’. Pensé que debían estar haciendo algo significativo en estas fechas.

Pequeño paréntesis: no tengo nada en contra de Jesús. Creo que existió, y creo que probablemente fue un hombre increíble. Simplemente no participo personalmente en religiones organizadas. Dicho eso, sí veo el valor que aportan—fe, comunidad, oración. Y me encanta la enseñanza central de todas las religiones: el amor.

La forma escandinava de vivir el solsticio de invierno me hizo mucho sentido—está basada en la calidez, la naturaleza y la unión. La Navidad en Escandinavia mezcla antiguas tradiciones paganas con costumbres más recientes. Según entiendo, se centra en la luz—velas en las ventanas, estrellas, ramas de pino, y comidas acogedoras que reúnen a las personas durante el momento más oscuro del año. El dar regalos en Nochebuena refleja esa mezcla hermosa de honrar la luz y la comunidad.

También aprendí sobre las raíces paganas más antiguas de esta temporada: los diez días más oscuros, entre el solsticio de invierno y el Año Nuevo. Se consideraban un tiempo sagrado, un entretiempo místico. Se encienden fogatas y velas para celebrar el regreso del sol, se comparte con seres queridos, y se conecta con la naturaleza y el espíritu de renovación. Hay algo muy bello y arraigado en celebrar honrando los ritmos de la Tierra—y la promesa del retorno de la luz.

Así que esto es lo que estamos haciendo para Navidad y Pascua:

Navidad

Hemos retomado las cenas de “huérfanos” en nuestra casa para el 24 de diciembre. Este año invitamos a algunos amigos y decoramos galletas antes de la cena. Veremos cómo evoluciona esto con los años. Le damos a nuestro hijo un regalo principal esa noche, además de algunos detallitos en el calcetín navideño. Sus abuelos y familia extendida también le dan regalos si los vemos en esas fechas.

Una de las tradiciones favoritas qu estamos incorporando viene de mi querida amiga danesa, Maj: dejar leche y galletas afuera en Nochebuena—no para el Viejito Pascuero, sino para los duendes. En el folclore nórdico, estos “duendes” son espíritus del hogar que protegen la casa y los animales durante el invierno. ¡Pero esperan ser tratados con respeto! Así que los niños dejan un plato de avena, galletas o leche como ofrenda de agradecimiento. Me encanta cómo esta costumbre conecta a los niños con la naturaleza y la imaginación, sin necesidad de explicar una figura mágica tan grande como el Viejo Pascuero. Se siente más real—y aún así, lleno de magia. (Creo que Maj y su familia lo hacen durante los diez días más oscuros, del Solsticio al Año Nuevo… voy a confirmarlo).

Semana Santa

Este año, por primera vez, haremos una búsqueda de huevos de chocolate con amigos. En una caminata esta mañana, mi amiga sugirió convertirlo en una búsqueda del tesoro para hacerlo más entretenido—creo que vamos a intentarlo. También tomé la idea de Julie O’Rourke (@RudyJude en Instagram) de armar una canastita de Pascua con objetos pensados con intención, para disminuir el enfoque en los dulces, lo cual me encantó. Esto es lo que incluiré para nuestro pequeño:

• Algo para leer: Nos encanta la serie de Rosie Revere, Engineer, así que le compré Ada Twist, Scientist.
• Algo para construir: Un set entretenido de origami de animales.
• Algo para entretenerse: Un juego de pinball de mano sin electrónica, un yo-yo y un trompo.
• Algo para comer: le compré unos brownies veganos organicos.
• Algo para plantar: Semillas de girasol.

Y sí—nuestro hijo todavía no sabe bien quién es el Viejito Pascuero. No es que hayamos prohibido la idea, simplemente no ha sido parte de nuestra historia… todavía.

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